viernes, 6 de agosto de 2010

Capítulo 3

LIA:

-¿Pero por qué gritas Irina?-pregunté sin cortarme un pelo delante de todo el mundo en medio de la calle y bien alto además.-¿no ves que nos mira la gente? Tienes unas cosas a veces de verdad…
Me callé. Vi miedo, temor, en aquellos anodinos ojos marrones, y entonces supe que me tenía que callar y no seguir por ese camino. Aparté la mirada, me acerqué más a ella, aunque sin tocarla. Me dirigí a uno de los bancos de madera, que estaban dispuestos en círculos y rodeados de palomas hambrientas, con ánimo de que Irina me siguiese, y como sabiendo en lo que pensaba caminó detrás de mí hasta el asiento. No sabía muy bien que decir, pues tampoco estaba al corriente del porqué del temor en sus ojos, siempre era tan misteriosa que no se sabía en lo que podía estar pensando. Después de unos diez minutos en silencio absoluto, una sentada a cada esquina del banco, me percaté de que su mirada estaba fija en un sitio, en algo que estaba analizando. Seguí la línea de su vista y ahí estaba: un grupo de chicos en las escaleras de piedra que bajaban a la calle principal hablaban sobre algo imposible de descifrar para mí. Cada uno de ellos era diferente, si los hubiese visto por separado jamás habría pensado que fueran amigos, era como si les uniera algo que no fuese la amistad, algo en común que les hiciese imposible separarse, como a nosotras, acerté a pensar. Por lo que pude observar mientras decidía qué decirle a Irina, dos de ellos parecían ser lo líderes del grupo, pues eran los que estaban de pie frente a los otros tres que permanecían sentados, inferiores.
Cansada ya de esa incomodidad entre mi amiga y yo me acerqué cuidadosamente a ella, tocándola ligeramente por el brazo para que reaccionase.
De repente la oscuridad, todo me daba vueltas y perdí la noción del tiempo y el espacio…hasta que unas imágenes fueron tomando forma. Olas. Un acantilado. La playa, y en ella dos personas: una muy conocida, la otra, familiar. El dibujo en mi mente se iba haciendo cada vez más y más nítido, hasta que alcancé a ver con todo detalle las caras de los dos protagonistas de mi visión: Irina y uno de los chicos a los que acababa de estar mirando. Todo parecía tranquilo, hasta que de un momento a otro el chico tuvo agarrada a mi amiga por el cuello, parecía que iba a matarla. Sin embargo, había algo raro en todo eso, ella no gritaba. La expresión de su cara demostraba que ya sabía que iba a pasar eso, que ya se lo había imaginado. Oscuridad otra vez. Mareos y vuelta a la realidad. Ahora era mi amiga la que me miraba a mí directamente a los ojos.
-¿Qué has visto? –su voz denotaba que seguía preocupada y asustada al mismo tiempo.
-Una playa, creo. No era muy claro. Pienso que es de esas veces que no es seguro que vayan a ocurrir, que hay alguna posibilidad de cambiarlas, por pequeña que sea…Estabais tú y uno de esos chicos- alargué el brazo señalando al más fuerte y grande de los que habíamos estado mirando hacía escasos segundos- parecíais felices, pero de repente él se lanzó sobre ti, aunque tú no gritabas…no parecías sorprendida. Irina, ¿lo conoces de algo?
-Es sólo cuestión de tiempo que yo le conozca, pues al parecer él ya conoce suficiente de mí.
En ese momento mi amiga se levantó y se fue sin decir nada más. Y allí estaba yo sola, con la mirada perdida entre la gente, cuando pocos minutos después yo también me levanté y me fui a mi casa siguiendo el ejemplo de Irina.

El sol me despertó cuando entró por las rendijas de las persianas. Era sábado y no tenía que ir al instituto, pero aún así iba a tener una mañana ajetreada pues iba a intentar averiguar todo lo posible sobre el chico misterioso que el día anterior había dejado tan trastocada a mi amiga y que por alguna razón la podía hacer daño en algún momento como bien pude ver en mi visión al tocarla. En seguida salí a la calle para buscar, o bien a él o bien a algo relacionado que me pudiese ayudar. Al primer lugar que fui fue al parque donde lo había visto por primera vez, con mucha suerte iba allí normalmente y me lo volvía a encontrar. Nada, como me esperaba. Me senté en un banco a pensar tranquilamente. ¿Dónde podía estar un chico como aquel un sábado por la mañana? Posiblemente, durmiendo, pero eso no me valía. Dando por improbable encontrármele de nuevo decidí que por el momento tendría que conformarme con saber al menos como se llamaba, pero eso tampoco era tarea fácil. Intenté acordarme con todo detalle de las imágenes que había podido guardar el día anterior del extraño chico por si algo me daba alguna pista que me fuese útil. De pronto me vino a la mente, llevaba una mochila en la que ponía claramente el nombre de un colegio que se encontraba a escasas manzanas de allí. Iba a ser más fácil de lo que pensaba descubrir quien era pues mi primo llevaba años yendo a ese instituto, así que mi próxima parada de esa mañana fue la casa de mis tíos. Después de un largo tiempo andando y de varios cambios de autobús conseguí llegar a la casa, donde fui recibida exactamente por la persona con la que quería hablar. Decidí que era mejor no andarse con rodeos y preguntar directamente, ya que no se me ocurría ninguna conversación que me pudiese llevar a sonsacar sutilmente la información que quería.
-Sean, ¿no conocerás por casualidad a un chico así con el pelo rapado, fuerte y bastante alto que va a tu colegio? De nuestra misma edad, si acaso un año más mayor.
Como sospechaba, mi primo iba a intentar averiguar porque quería saber yo aquello y estaba pensando en como hacerlo.
-¿Para que lo quieres saber?-él también optó por no andarse por las ramas- ¿algo en especial…?- se debió de dar cuenta que me estaba enfadando y que no tenía tiempo para aquello porque rápidamente añadió-sólo conozco a un chico así, iba a mi clase el año pasado así que te puedo enseñar una foto. –Se dirigió a su escritorio y de uno de los cajones sacó un álbum marrón que daba la imagen de ser demasiado viejo como para haberlo comprado él.- Este- me señaló a un niño que efectivamente estaba rapado, pero no tenía la expresión de la cara ni la mitad de dura que el que yo iba buscando.
-No, no es…¿no sabes de más?-entendí por la cara de mi primo que eso era lo único que podía ofrecerme.
De repente sonó el teléfono y Sean dejó la habitación. Yo algo decepcionada por mi fracaso cogí sin ganas el álbum otra vez y empecé a pasar páginas viendo las distintas clases por las que había pasado mi primo, pero sin darme demasiada cuenta de lo que miraba. Sin embargo algo llamó mi atención. Allí estaba, era mucho más pequeño y no tenía todavía ese corte de pelo, pero sin duda era el chico que llevaba buscando toda la mañana. Cuando mi primo volvió le pregunté enseguida si se acordaba de él, y en efecto lo hacía.
-Cómo para no acordarme. Leo Graves es su nombre, y se junta todos las tardes con sus amiguitos en el parque de al lado de mi instituto. Lia, no se que tendrás tú con él pero desde luego no puede ser nada bueno. Él no es de fiar, créeme.
-Ya, ya me he dado cuenta- dije todavía concentrada en la foto del chico acordándome de la visión que había tenido el día anterior.-Pero tranquilo, no es necesario que te preocupes por mí.-Y dándole un beso me fui contenta por lo que había conseguido. Esa misma tarde le esperaría en el parque.
Dieron las cinco de la tarde, y tenía previsto salir en busca de Leo alrededor de las seis. No obstante, y cuando me disponía a irme, Juliette me llamó muy preocupada pidiéndome que fuese corriendo al descampado de al lado de su casa. Por mucho que intenté poner excusas para no ir, al final tuve que hacerlo y dejar mi aventura para otro día, y como después pude descubrir era lo mejor que podía haber hecho.
Al llegar a la enorme explanada no vi a nadie así que empecé a moverme en busca de Juliette. No quería gritar porque no quería hacerme notar tanto, por si acaso, pero tras diez minutos dando vueltas sin encontrar nada, al fin cogí aire y chillé con fuerza el nombre de mi amiga. Chillé y chillé, pero no obtuve respuesta. Nada. Tanto misterio estaba empezando a mosquearme un poco, así que sin más dilación me dispuse a marcharme de aquel lugar que ya me estaba dando hasta miedo. Con un poco de suerte todavía podría llevar a cabo la misión que me había propuesto esa tarde. Sin embargo, por el camino decidí posponerla para el día siguiente, el cielo se estaba haciendo cada vez más oscuro y no tenía ganas de estar haciendo de detective aficionado en plena noche.
Otra vez nadie. Ni Irina, ni Juliette contestaban a mis llamadas, ya ni si quiera iban al instituto. ¿Se podía saber que estaban haciendo?
Tras una semana sin saber de ellas absolutamente nada, y sin tener suerte tampoco en el objetivo que me había puesto hacía días, decidí saber lo que había pasado con ellas minutos después de que Juliette me llamase aquella tarde, cuando oí por detrás de ella a Irina sin darle la menor importancia. Recordé todo lo que había escuchado de fondo para que me diese una pista de donde estaban. Pero nada. Ningún ruido, todo era silencio allí donde estuviesen... ¡silencio! Claro, ¿cómo no se me había ocurrido antes?
Llamé a la puerta decidida, esperando haber acertado en mis suposiciones, más que nada que sino iba a ser muy vergonzoso. Era la primera vez que iba a allí, pero después de todas las historias que Juliette me había contado sobre aquel lugar tan aislado, era como si hubiese estado mil veces. La puerta se abrió y, plantado delante de mí, un chico muy alto, ojos azules, moreno, me miraba desafiante. Ese debía de ser el chico del que tanto me había hablado mi amiga, y desviándome un poco en mis pensamientos me pregunté como ella no veía en él nada más que un amigo. Sin embargo, estas preguntas cayeron en el olvido cuando Gabriel me habló.
-¿Quién eres?
-Me llamo Lia, y estoy buscando a Juliette.
-Aquí no está- esto último lo dijo con un tono que no me agradó del todo- así que te puedes ir.
Vaya, la cosa no había empezado con buen pie. Quería tocarle a ver si podía ver algo, pero me pareció demasiado atrevido. Un sentimiento de decepción me invadió al descubrir que mis amigas no estaban allí tampoco y que tendría que seguir buscándolas. De repente, y cuando la puerta se estaba cerrando, vi aparecer una mano alargada seguida de la cabeza de Juliette.
- ¿Se puede saber por qué habéis estado aquí todo el tiempo sin avisarme ni a mi ni a las demás?- tanto misterio me estaba empezando a poner nerviosa, pues ya llevábamos alrededor de quince minutos sentados en los sillones de aquella casa tan luminosa y nadie había dicho nada.
- Veamos…-Irina al menos lo intentaba, pero no parecía del todo segura de lo que iba a contar- ¿recuerdas el día ese que nos encontramos en el parque?- al fin alguien iba por dónde yo quería.
- Sí, claro lo recuerdo perfectamente. Te comportaste de una manera muy rara, y me quedé preocupada.
- Más preocupada me quedé yo cuando me contaste que aparecí en una de tus visiones, y con quien estaba. Ese chico al que viste, ese…lo que sea que es, lleva persiguiéndome desde hace tiempo y…
- Y no es bueno.- No era algo raro que Juliette terminara una frase de Irina cuando ésta se sentía incómoda hablando del tema- Según ella nunca ha vista nada igual y me lo creo, porque el temor que siente cada vez que se lo imagina no se lo deseo a nadie.
Seguían sin contarme nada, así que más nerviosa aún dije, quizás demasiado alterada:
- ¿Me vais a contar lo que pasa de una vez?- sin querer ese reproche fue dirigido sólo a mi amiga de pelo oscuro, y noté como Gabriel me miró con odio por eso.
- A eso vamos- indicó Irina intentando calmar el ambiente.- Cuando me fui del banco me encaminé directamente a casa de Juliette para contarla lo sucedido dado a que ella ya estaba en parte al tanto. Como Gabriel estaba con ella se lo tuvimos que explicar también a él, con la casualidad de que al describirle al chico nos supo decir quién era con total exactitud…
- Leo, -me adelanté yo para que se dieran cuenta de que yo también sabía algo- se llama Leo. Va al instituto de mi primo y le llevo buscando una semana. Intenté contároslo pero ninguna dabais señales de vida.
- Es mejor que no le busques, ni te acerques tú sola a él, por eso te llamamos aquel día. Él – dijo mientras me señalaba a su amigo- nos contó que le conocía, y también por qué y cómo lo hizo.
Miré a Gabriel que todavía no había abierto la boca, y sinceramente tampoco creía que lo fuese a hacer por el momento.
- ¿No has visto nada sobre eso?
- Pues no – dije nerviosa, desesperada por respuestas-sólo veo cosas
del futuro, nada del pasado.
- Está bien. Resulta que Leo es uno de sus pacientes. Cuando eran muy pequeños y Gabriel todavía no sabía los efectos secundarios de sus poderes, vio a un niño tirado en el suelo sin nadie que le ayudase, así que se acercó a él y al ver que estaba sangrando le curó.
Quería hablar, interrumpirles y decirles que fuesen al grano para que me contasen todo lo que pasaba, porque sabía que se guardarían algo.
-Desde ese momento, y como ya sabes, siente todo dolor que Leo siente.
Percibí como el chico le lanzaba una mirada a mi amiga de desaprobación, como si no quisiese que nos contase todo sobre su don, pero a pesar de que no era muy observadora lo noté.
- ¿Y qué hay de malo con eso? Le pasa lo mismo con todas las personas- salté hablando demasiado rápido, como solía hacer, total al chico ya no le gustaba demasiado.
- ¡La diferencia es que las otras personas no se hieren a sí mismas con tal de verle sufrir cada vez que está cerca, Lia!- oficialmente había roto la línea fina que tenía Juliette entre la calma y la tempestad.- ¡O es que no te das cuenta de que lo único que estamos intentando es protegerte?!Ya ha sido capaz de encontrar a Irina, no tardará mucho en encontrarnos a las demás, y en mi opinión alguien que se hiere a sí mismo para hacer daño a otra persona no es muy de fiar.
- Tranquilidad.
Esa palabra sonó tal y como quien la pronunció parecía de pie en el medio de la habitación, solemne, magnánima e incluso irónicamente agresiva. Juliette se calmó, Irina se dejó caer un poco más relajada en el sofá y yo respiré hondamente. El silencio que se produjo se mezcló con la armonía de las blancas paredes. Sabía que ahora le tocaba el turno de hablar al chico de ojos azules que ni siquiera me habían dirigido una mirada, ni a mí, ni a Irina.
- El caso es – empezó de forma algo tranquila- que Leo no era antes así. Fue a partir de que descubrió sus poderes- tragué saliva interrumpiendo, no sabía que aquel misterioso chico pudiese hacer cosas sobrenaturales también- Todo ocurrió hace unos años; en el colegio siempre nos veíamos pero nunca nos decíamos nada a pesar de que los dos sabíamos que nos unía algo muy fuerte, aunque claro, yo sabía que era y él no. Sin embargo un día estando yo a varios metros, incluso podría decir kilómetros, se pegó a sí mismo, así de repente sin más explicación.- Incluso ahora que estaba contando algo que debería alterarle de alguna manera, el muchacho que estaba plantado delante de mí seguía sin mostrar un solo sentimiento en su expresión- Ese golpe…ha sido el más fuerte que he recibido jamás. Entonces en ese momento lo comprendí todo, Leo, la bestia, se había desatado.
Hizo una pequeña pausa, lo suficientemente larga para que Juliette, que era la única que se atrevía a hablar en ese momento, lo hiciese:
- Los poderes se pueden manifestar a cualquier edad, y puedes llevarlos de una manera u otra, y al parecer nuestro violento amigo no los llevó de la mejor posible- noté como respiraba hondo- ni los lleva. Según Gabriel a lo único que se ha dedicado desde que se descubrió a sí mismo es a encontrar otros como él, como nosotras, e intentar destruirlos. En su defecto sólo les daña, pero nada muy grave porque piensa que le pueden ser útiles en un futuro, como hace con él.
Pude ver como el chico de ojos azules y mi amiga se miraban, e incluso éste esbozaba una ligera sonrisa, pero sólo a ella, por haberle quitado el peso de terminar la historia y quizá por algo más.
- ¿Entonces qué podemos hacer?- mis nervios me podían.
- Lo único que podemos hacer es esperar, hasta que él haga algún movimiento más en contra de nosotras…
- No quiero llegar a la situación de la visión de Lia- Irina por fin volvía a tomar parte de la conversación tras un más que prolongado silencio.- ¿Crees que se lo deberíamos contar a Alex?
- Hombre, pues no le va a hacer mucha gracia que no lo hagáis- odiaba cuando hacía preguntas tontas cuya respuesta estaba más que clara- así que cuanto antes mejor.
- ¿Irina, y si haces de gancho para acelerar el proceso?

Las ideas de Juliette podían no ser las mejores, pero casi siempre eran las más efectivas a la larga. Lo de “el fin justifica los medios”, ella lo tenía grabado en su cabeza.
- Las dije que no se retrasaran- parecía algo nerviosa ante la tardanza de las demás.
- Nicky no va a venir, me dijo que tenía que hacer no sé que con su prima…pero vete tú a saber si eso es verdad-ya todas nos conocíamos lo fácil que le era mentirnos- Y Alex tendrá que estar al venir ya…no es normal que se retrase tanto.
- Ya estoy.

viernes, 4 de junio de 2010

Capítulo 2

IRINA:

“La primera vez que la vi fue en el instituto. Fue rápido y casi invisible....pero claro no para alguien como yo. Era por la tarde, pero yo tenía que ir a hacer un trabajo para historia y necesitaba coger algunos libros de la biblioteca, por lo que a eso de las seis me dirigí hacia allí. Estaba casi vacía, tan solo dos chicos estudiando, uno muy separado del otro. Yo, intentando ir en el mayor sigilo posible llegué hasta la zona de los libros. Había una estantería enorme que los recogía todos...por lo que la búsqueda me llevó bastante tiempo. Empecé por la derecha del todo, ya que había un cartel que indicaba que los libros directamente relacionados con lo que yo quería estaban por ahí cerca. Cuando llevaba alrededor de una hora ojeando libros y libros, noté a algo o a alguien a mi lado pero no le hice mucho caso, aunque a partir de ese momento no pude quitarme de la cabeza esa inquietud.”
Me pareció adecuado hacer una pausa, a lo mejor Juliette quería añadir algo a mi relato, pero en vista de que no lo hizo, proseguí con mi historia.
“Con la preocupación metida en mí impidiéndome concentrarme, decidí que lo mejor era irse a casa, por lo que me levanté de la que llevaba siendo las últimas tres horas mi silla y me dirigí hacia la puerta roída que daba la salida de la biblioteca. Nada más abrirla y mirar al pasillo que se extendía largo, una mancha negra cruzó rápidamente por delante de mí. Instintivamente me giré para mirar a los dos chicos que permanecían sentados en sus sitios, estudiando, ignorantes de lo que yo acababa de ver.”
-Pero, ¿ por qué te asustaste tanto?¿Acaso no ves manchas negras casi a diario?.-esta vez mi amiga si que me interrumpió.
-¡Pero es que esta era enorme!¡Nunca he visto nada igual!-sin querer me había puesto a temblar, cosa que mi amiga pudo percibir a la perfección, aunque ya sabía desde hacía bastante el miedo que me invadía por completo.
-Así que una sombra muy grande…¿pudiste ver a quien iba unida?
-No, no pude. Pasó demasiado rápido, pareció que había pegado un salto con una fuerza sobrehumana.
-¡SOBREHUMANA!-esa era la palabra mágica para que Juliette estallara.-¿Pero…como de sobrehumana?¿Estás diciendo con poderes de verdad?.-Se estaba empezando a estresar…y aunque yo no tuviese el poder de sentir los sentimientos ajenos como ella…su estrés era inevitable no percibirlo.
-Déjame que te siga contando…-la intenté calmar- me he quedado en que no fui capaz de ver de quien se trataba. Esperé unos segundos por si acaso la extraña sombra volvía, pero al ver que no lo hacía decidí irme a casa y olvidarme del asunto…
-¿Cómo pudiste hacer eso?!-mi amiga me volvió a interrumpir-así que observas algo fuera de lo normal y te vas a tu casa tan tranquila, de verdad que no lo entiendo…¿por qué no lo seguiste?
-Lo siento pero en ese momento no se me ocurrió, y además sinceramente pensé que había sido producto de mi imaginación, ¡qué no sería la primera vez! No se ven personas con tanta maldad todos los días, la verdad. Bueno y ahora, ¿me dejas seguir con mi historia?-ya me estaba empezando a cansar de sus reproches, aunque ella eso ya lo debía de saber.
Juliette se limitó a asentir con la cabeza.
-Pasaron unos días desde nuestro encuentro en la biblioteca, y yo casi me había olvidado del tema cuando, y un mes después de la primera vez que lo vi nos volvimos a topar. Esta vez en el médico. Yo llevaba como una larga e interminable hora esperando sentada en los incómodos asientos, con mi madre al lado. La enfermera no dejaba de salir una y otra vez para llamar al siguiente paciente, pero mi nombre no lo decía nunca. A la séptima vez, por fin, me llamó. Mi madre y yo nos levantamos rápido de los asientos y nos dirigimos a la puerta, pero de repente noté la misma sensación que en la biblioteca, que alguien me espiaba. En seguida me di la vuelta para esta vez ver de quién se trataba, pero al igual que en el primer encuentro no llegué a distinguir quien era.
-¿Pasó tan rápido como en la biblioteca?-preguntó Juliette a la vez que tragaba saliva, preocupada.
-Más o menos…en el médico había más gente, pero aún así sea lo que sea aquello que vi parecía muy confiado en su rapidez, pues no se cortó en cruzar por delante de todas esas personas.-yo ya estaba en calma, me había costado pero lo había conseguido, había contado la historia sin alterarme, o por lo menos no demasiado.
La verdad es que no me creía muy capaz de hacerlo, pues antes de decírselo todo a mi amiga, sólo de pensar en la terrible sombra negra y en que alguien, que andaba por ahí suelto, pudiese acumular tal cantidad de maldad, me ponía a temblar de miedo.
-Así que lo que esta tarde ha estado en tu casa…-Juliette no se atrevía a terminar la frase.
-…sí, ha sido la extraña sombra que me persigue desde hace meses.-zanjé yo decidida, por una vez estaba más tranquila que mi amiga.
Se volvió a hacer otro silencio, el cual no quise interrumpir pues supuse que mi compañera estaba pensando en una solución a ese problema, empezando por si debíamos o no contárselo a las demás. Al fin levantó los ojos, y clavándolos en los míos comenzó a hablar de nuevo.
-Escucha…-se veía que la costaba articular las palabras- deberíamos asegurarnos primero de que no sigue aquí en tu casa, y después analizar detenidamente las veces que te has encontrado a ese extraño ser, y llegar a una conclusión de por qué te persigue a ti y no a mí o a cualquiera de las otras.-al terminar la frase se echó el pelo para atrás, signo de que la preocupación se extendía por dentro de su cabeza.
-¿Y cómo vamos a saber si sigue o no en mi casa?-inquirí un poco confusa.
-Muy fácil, usaré mi don para identificar cualquier otro sentimiento que no nos pertenezca ni a ti ni a mí.-tras decir esto esbozó una gran sonrisa. Me gustaba ver a Juliette feliz, y siempre lo estaba cuando tenía la oportunidad de hacer algo útil con sus poderes.
En seguida nos levantamos del sofá en el que estábamos cómodamente sentadas y nos pusimos a andar por toda la casa. No era muy grande por lo que no tardamos apenas ni quince minutos en saber que no había nadie más que nosotras dos. El resto de la tarde nos la pasamos alrededor de la mesita de café de mi salón, hablando sobre las dos situaciones que previamente le había contado a mi amiga.
La conclusión final fue nada, a pesar de estar alrededor de tres horas dándole vueltas al asunto, por lo que decidimos contárselo a las demás, a lo mejor con la ayuda de Lia podíamos llegar a averiguar algo.
Esa noche fue horrible. No dormí casi nada, y el poco tiempo que lo conseguí soñé con cosas muy raras que me hicieron sentirme incómoda ya desde por la mañana.
Al día siguiente, cuando me junté con Juliette de camino al instituto, ninguna de las dos mencionó el asunto que habíamos estado tratando la tarde anterior. Por lo que caminamos en silencio absoluto. En el recreo, intenté buscar a Lia para contarle todo, pero no la encontré. Pregunté a varias chicas que sabía que iban con ella a clase, pero las muy antipáticas no me miraron ni a la cara. Ya lo tenía asumido, desde que llegué a ese colegio, haría en septiembre dos años, no me había integrado demasiado. Si por mí fuera seguiría siendo la misma chica solitaria y vergonzosa de siempre, pero Juliette me había hecho cambiar por completo, al menos entre nosotras, porque para el resto de la gente yo seguía siendo rara, porque eso era lo que pensaban de mí, lo sabía, pero sinceramente no me importaba demasiado.
El primer día lo recuerdo como una pesadilla. Todas las alumnas me miraban mal, y yo no tenía ni idea de porque. Me acuerdo de que me sentaron en todas las clases con una chica muy grosera. Yo la verdad es que no la llegué a conocer del todo, pues ni ella me hablaba a mí ni yo la hablaba a ella, ambas sabíamos que esa relación no tenía mucho futuro. Todas las tardes llegaba a casa y me encerraba a mi habitación a llorar desconsoladamente, y tampoco me ayudaba el no tener hermanos que me pudiesen ayudar, porque sí, hablaba con mi padres, pero ellos no eran capaces de ponerse en mi situación, y lo único que conseguía con contárselo era preocuparles innecesariamente. Al fin pasaron tres meses, y nos dieron las vacaciones de navidad. Mis fiestas ya sabía como iban a ser, solitarias. Pero no fue así. El último día de clase de diciembre Juliette se acercó a mí, cosa que no había hecho desde que había llegado a su clase, y con la mejor de sus sonrisas, ahora que la conozco se que es la sonrisa que pone siempre que quiere caer bien a alguien, me dijo delicadamente que tenía que hablar conmigo. Me presentó a Lia, que me recibió bastante bien, y juntas me contaron el que a partir de ese momento iba a ser mi secreto, mi poder. Al parecer ambas me habían estado observando desde que llegué, y habían detectado en mí una habilidad especial, pero no se habían atrevido a decirme nada hasta ese momento ya que no estaban seguras del todo. La noticia no me sorprendió para nada, pues ya había descubierto hacía unos años lo que era capaz de hacer.

Juliette y yo pasamos toda la mañana buscando a Lia por todas partes. Al final de las clases la esperamos a la salida como siempre, pero tras esperar un rato y quedarnos prácticamente solas en la puerta del instituto y con mi madre tocando el claxon del coche en señal de que me diese prisa, nos dimos por vencidas y decidimos tratar de entrar en contacto con ella esa tarde de alguna manera. Mientras iba en el coche observando la larga costa que se extendía por Dover, mis pensamientos viajaban muy lejos de allí. ¿Qué ser era capaz de acumular tanta maldad?¿Y por qué me perseguía a mí? Al fin llegué a mi casa. Era un pequeño chalet que, con la fachada pintada de diversos colores, dejaba volar mi imaginación pensando que dentro de ella me sumergía en multitud de mundos diferentes. Al verla tan colorida me animó un poco y me distrajo de mis preocupaciones. Entré en casa y fui directa al salón. Allí encendí mecánicamente la televisión y me senté en el sofá púrpura que estaba contra la pared. Así estuve un buen rato, mirando al tendido, porque en realidad no estaba prestando ninguna atención a lo que había en la pantalla. De repente tuve una idea. Me levanté del sofá, miré por la ventana descubriendo que el cielo se había nublado momentáneamente, por lo que cogí un abrigo y salí por la puerta sin hacer mucho ruido. Mientras caminaba por los largos senderos que separaban mi casa del resto de la ciudad, por mi cabeza no dejaba de pasar una y otra vez aquella mancha negra que se me había cruzado apenas tres veces…pero quería verla otra vez, estaba decidida a no volver a casa sin antes haberla dado caza.
Llegué al centro de la ciudad, abarrotado de gente como siempre. No sabía muy bien donde ir, así que me dispuse a empezar por los sitios donde primero me había cruzado con ella. Apenas tardé unos minutos en alcanzar mi instituto, entré. De camino a la biblioteca me crucé con un par de profesores que me miraron extrañados, pero no me importó. Estuve sentada, esperando a que algo pasara, alrededor de media hora, al no tener éxito me levanté y me fui directa al hospital. A pesar de la firmeza de mis pasos yo me sentía insegura, era en ese momento cuando me empezaba a preguntar si había sido buena idea el haber emprendido esa aventura sola, pero ya no había vuelta atrás. Mientras caminaba iba observando a la gente. Nada, todo personas comunes, con almas comunes, con demasiados problemas como para preocuparse por ser malos. De repente, mis ojos fueron a parar a un grupo de chicos sentados en las escaleras de un parque. Habría unos cinco y todos eran más o menos de mi edad, a nadie le hubiesen llamado la atención, excepto a mí. Me quedé mirándolos fijamente, analizándolos, con cuidado de no ser descubierta, hasta que mi mirada se cruzó con la de uno de ellos. Allí estaba lo que llevaba buscando toda la tarde. Sin querer empecé a temblar, ¿qué hacía ahora que ya lo había encontrado? Una gota me cayó en la cabeza, levanté la vista hacia el oscuro cielo y cuando volví a mirar al misterioso chico ya no estaba, sólo quedaban sus compañeros. El miedo me invadió por completo. Empecé a dar hacia atrás pasos torpemente, sin dejar de mirar al lugar donde acababa de estar. De repente noté algo en el hombro, alguien me llamaba, se me heló la sangre. No sabía si correr sin mirar atrás o simplemente darme la vuelta y plantarle cara, porque estaba segura de que era él. Sin parármelo demasiado a pensar me giré bruscamente, pues prefería que fuese rápido…
-¡LIA!

miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO 1

JULIETTE:

Un terrible y conocido sonido me despertó de mis más profundos sueños. Apagué el despertador con desgana y tiré de las mantas hacia adelante para liberarme de ellas. Como cada mañana me estiré encima de la cama, y cuando me levanté fui hacia la ventana para mirar el tiempo que hacía ese día y así decidir mientras desayunaba lo que me iba a poner. El cielo estaba completamente despejado, de un azul intenso, a diferencia del día anterior que había sido uno de los más fríos desde que había empezado el curso. Mecánicamente aparecí en la cocina y me encontré a mí misma echando un montón de cereales en un cuenco. Me resultó raro no ver ni sentir a nadie en casa, cuando normalmente se oían tacones yendo de un lado para otro desde bien temprano. Al volver a mi habitación me tropecé con un cojín tirado en el suelo y fui a caer en la cama todavía desecha, y allí me quedé, de nuevo tumbada observando el techo como si se tratara del cielo en una oscura noche de verano. Me giré lentamente al notar mi brazo aplastado debajo de mi espalda, y al hacerlo pude divisar la hora en el viejo reloj de madera roja colgado de la pared de mi habitación. ¡No podía ser! Era demasiado tarde, tanto que ya ni siquiera llegaría al recreo. Eso explicaba la inhabitual tranquilidad que se respiraba en mi casa. Dado a que ya llegaba bastante tarde, me prepare con calma, primero abrí el armario y tras quince minutos mirándolo sin pensar en nada, al fin me acordé de una vieja camiseta azul que siempre se quedaba la última de mis montones de ropa, por lo que se me olvidaba que la tenía y no me la ponía mucho. Cuando abrí la puerta de madera que daba al rellano, una fría brisa me entró por todo el cuerpo avisándome de que me debería poner un abrigo, y así lo hice.
De camino al instituto iba disfrutando del frío que me invadía, metiéndose por dentro de mi camiseta y llegándome hasta el último de mis dedos. Era una sensación muy agradable que me subía el ánimo de una manera extraña.
Cuando llegué al colegio me remangué el caliente abrigo para mirar la hora, y comprobé que llegaba justo a tiempo para dar las dos últimas clases del día. Al menos haría algo de acto de presencia, pero aún así las faltas llegarían a casa y no me libraría de los como mínimo treinta minutos de bronca por parte de mis padres. Me tocaba matemáticas, por lo que tenía que subir hasta el tercer piso para llegar a la clase, con un poco de suerte me encontraba a alguien que subía por el ascensor y así no tenía la necesidad de subir aquellas interminables escaleras, porque la verdad no tenía ninguna gana. Hubo suerte, y cuando pasé por delante de la puerta del aparato una menuda chica, que sería no más que de primer año, se montaba sola en el ascensor haciendo un gran esfuerzo por no caerse con las muletas que llevaba. Yo, con una fingida generosidad me presté a ayudarla y así conseguí librarme de las escaleras. El tercer piso estaba completamente vacío, a excepción de la pequeña chica y yo, y más tarde solo de mí ya que la muchacha encontró enseguida su clase tras dar no más de cuatro pasos. Me dirigí hacia mi aula, y cuando llegué a ella me paré en seco antes de entrar, luego puse la mano en el manillar dorado, que estaba satisfactoriamente frío, y abrí la puerta. De repente, unos veintitrés pares de ojos femeninos se me quedaron mirando fijamente. Tras un incómodo y violento instante de mirada con la profesora, esta me indicó con un brusco movimiento de cabeza que me sentara en el sitio que quedaba libre en la tercera fila, mi sitio habitual, al lado de la que era mi mejor y más leal amiga. En cuanto la clase volvió a funcionar después del parón que había sufrido por mi inesperada entrada, Irina aprovechó para acribillarme a preguntas, a las que yo contesté muy discretamente por miedo a que la profesora Swift, mosqueada ya por mi tardanza, diera rienda suelta a la ira que había generado hacia a mí.
La clase siguiente transcurrió con total normalidad. Irina seguía presionándome con preguntas estúpidas que yo ignoraba, pues no veía ninguna razón por la que tuviese la obligación de responderlas. Pero claro, en clase sólo estaba mi amiga de piel blanquecina para atosigarme, en cuanto llegó la hora de irse a casa, también llegaron mis protectoras y pesadas compañeras. La verdad tampoco fue tan insoportable como me había imaginado, pues se conformaron con oírme decir que no iba a volver a pasar y que las cosas habían cambiado. Probablemente se rindieron tan pronto al darse cuenta del poco éxito que habían tenido sus sermones anteriores, pero a decir verdad sí que habían hecho efecto, pues esta vez había llegado tarde debido al viejo despertador de mi mesilla, que sonaba cuando le daba la gana y que estaba claro que esa mañana no había tenido ninguna, y no por haberme quedado entrenando y jugando con el agua y el hielo. El camino a casa transcurrió en un silencio incómodo, pero quise pensar que no era porque hubiese decepcionado a mis amigas sino porque cada una tenía demasiadas cosas en las que pensar que no tuviesen ganas de empezar una conversación. Al ir a despedirme en la esquina de siempre de Irina, ella volvió a la carga, y lo hizo con un tono en la voz que realmente mostraba su preocupación.
- Mira Juliette, yo lo siento mucho pero tengo que decírtelo. He venido pensándolo todo el camino- de repente levantó la cabeza dejando más al descubierto su intranquilidad, lo cual me hizo sentirme bastante mal- y es que pienso, bueno realmente lo pensamos todas, que no deberías de dejar de venir a clase sólo porque te guste demasiado jugar con tus poderes. Sabemos lo importante que es para ti eso de tener ciertas habilidades, pero no por ello debes dejar de lado el resto de cosas.

Hubo un instante de tensión en el que yo, avergonzada y furiosa a la vez, bajé la cabeza escondiendo mi cara detrás de mi largo pelo.

- Irina, entiendo que os preocupéis por mí, pero ya soy lo bastante mayorcita como para saber lo que debo o no debo hacer. De todas formas, el otro día ya dejasteis bastante claro cual era vuestra postura respecto a este tema, y de hecho decidí haceros caso...
- Entonces, ¿por qué has llegado hoy como tres horas tarde a clase?- me interrumpió, pero al instante pude ver su cara de arrepentimiento por lo que decidí no ser demasiado dura con ella.
- He llegado tan tarde, créetelo o no, porque el maldito despertador no ha sonado. Ya sé que parece una estúpida excusa pero es la verdad.- dije intentando que mi voz no sonara demasiado fría, y añadí, para quitarle un poco de importancia al asunto, una débil sonrisa.

Otro silencio invadió el ambiente de nuevo. Mi amiga me miraba fijamente a los ojos, intentando, supongo, descubrir algún rasgo que delatara mi mentira. Pero al parecer no lo hizo, al contrario, mi cara la debió de convencer de que decía la verdad. Aún así, todavía la quedaba algo por decir.
- Suponiendo que dices la verdad- noté que lo decía para que no pensase que se lo había creído del todo, aunque yo bien sabía que sí- me tienes que prometer que nunca vas a volver a saltarte ninguna clase solamente porque quieras superarte a ti misma y conseguir más poder, porque sabes perfectamente que ese no es el modo por el que se consigue.
Ahora era yo la que la miraba fijamente a los ojos mientras la hacía burla por lo que estaba diciendo. A veces me ponía enferma lo protectora que podía llegar a ser.


Nada más entrar por la puerta de mi casa, y después de haber subido un montón de escaleras hasta llegar a ella, lancé mi mochila contra la pared pintada de un color salmón claro que hacía juego con el resto del mobiliario del salón. Escuché ruido en la cocina, por lo que supuse que mis padres ya habían llegado, ni siquiera sabía qué hora era, pero no debía ser muy pronto, pues había estado un rato largo hablando con mi amiga. De repente, una voz grave y perezosa me llamó. Adiviné que era de mi hermano Hayden, que demasiado vago como para levantarse del asiento de su habitación me reclamaba en ella. Sin muchas ganas me levanté del sillón en el que apenas me acababa de sentar y me dirigí hacia el cuarto, preguntándome la estupidez que me querría decir. Cuando llegué pude percibir que en la sala hacía bastante más calor que en el resto de la casa, lo cual me incomodó un poco.
- Jul, ¿has visto hoy a Lewis por el instituto?- me preguntó sin más.
- Pues lógicamente no. ¿Acaso te crees que me paso el día buscándole? Además, ni siquiera está en mi instituto, aunque pensándolo bien...no destacaría mucho entre tanta chica... al fin y al cabo parece una de nosotras.-solté, riéndome de mi propia gracia por lo bajo.
Al parecer a mi hermano no le hizo tanta gracia, pues al segundo siguiente yo me encontraba fuera de la habitación y con la puerta de esta cerrada a mi espalda. En seguida estuve sentada a la mesa, esperando a que el resto de mi familia se colocara en sus asientos y pudiera empezar a comer. Primero lo hizo mi padre, que ya habiendo terminado de preparar el segundo plato se puso impaciente a esperar. Luego llegó mi hermano mayor, George, con su pelo largo tapándole casi toda la cara. Él era el que menos se parecía entre los hermanos, pues el color de su pelo lucía un radiante rubio, el cual nadie sabía de donde había salido, dado que tanto mi madre como mi padre tenían el pelo de color negro como el azabache. Por desgracia mi otro hermano y yo sí nos parecíamos, y mucho. Ambos mostrábamos una melena oscura, así como unos ojos asombrosamente grandes. Hayden no tardó tampoco en aparecer por la ancha puerta de madera que aislaba la cocina del resto de la casa, y al hacerlo noté como me dirigía una mirada de superioridad que usaba muy a menudo. Entonces supe que estaba resentido conmigo por haber dicho aquello sobre el que era su único amigo.
Nada más terminar mi madre de servir la sopa caliente en los platos, mis hermanos devoraron, literalmente, la comida. Parecían cerdos. Mientras, mis padres discutían cuestiones de trabajo que yo nunca llegaría a entender, por lo que, sin mucho interés, intenté centrar toda mi atención en las palabras que salían de la boca del presentador de las noticias y en las imágenes que las acompañaban. Descubrí que un nuevo terremoto había tenido lugar en la costa este del país, y vi como miles de familias salían llorando y suplicando ayuda. Una terrible pena me invadió, como si yo estuviese sintiendo lo mismo que aquellas desgraciadas personas, y por lo visto no la debí de ocultar muy bien, pues cuando me quise dar cuenta los ojos de toda mi familia, incluido Hayden, me miraban con preocupación e intriga.
-Cariño, ¿estás bien?-se atrevió a preguntar mi madre rompiendo el silencio que se había apoderado de la cocina.-De repente tienes mala cara.
-No es nada-dije mientras me limpiaba las pequeñas gotas que caían de mis ojos llorosos- en serio, es que últimamente estoy un poco sensible.
Y era verdad, porque imágenes como esas las veía todos los días y nunca me habían afectado de esa manera. De repente un sonido, parecido a alguien carraspeando, se produjo detrás de mí.
-Creo que puedo ayudar en algo...-George se había colocado a mi espalda y, tras decir esto, se inclinó hacia mí , me rodeó con sus brazos y me empezó a hacer cosquillas por todo el cuerpo.
-¡Suelta!¡Suelta, por favor!-gemí entre risas- sabes lo mal que lo paso...-pero él seguía y yo no dejaba de reírme contra mi voluntad, conocía bastante bien mi punto débil.
-¡Niños!¡Parad ya!-habíamos enfadado a mi padre, o eso o nuestro alboroto fue la gota que colmó el vaso que ya había sido llenado previamente.
Aún con la sonrisa saliendo de nuestra boca nos pusimos a comer de nuevo.

Esa tarde me quedé sola en casa. Bueno en realidad no estaba del todo sola, Hayden permanecía encerrado en su habitación sin hablar con nadie, y menos conmigo. Alrededor de las seis, y ya cansada de no hacer nada, decidí aventurarme y llamar a la excesivamente cargada de cosas puerta de mi hermano. Como suponía este no contestó, pero yo, conocedora de que él estaba dentro, abrí la puerta sin reparos a pesar de saber que eso me iba a traer unos cuantos gritos como consecuencia.
-¿Quién te ha dado permiso para entrar, hermanita? –replicó con un rintíntín en su voz que no me gustó nada.
-Yo también me alegro de que seas mi hermano, idiota.-dije fríamente, y alcé los ojos hacia él para ver la cara que tenía. Pude observar que se había estado tocando la frente mientras estudiaba, ya que la tenía roja y con pinturas de bolígrafo.- Solo venía para comprobar que estabas vivo.
-Pues ya ves que sí, ahora vete.
Ignoré su invitación, y me puse a hurgar entre sus estanterías, lo único que intentaba era que reaccionara y así yo tendría algo con que divertirme esa tarde.
-¿Me has oído? Te he dicho que te vayas, como te lo tenga que decir otra vez...-su voz sonaba cada vez más irritada, y se incrementó mucho más cuando yo le interrumpí tarareando una canción que llevaba días sonando en mi cabeza. Eso ya sí que le desquició, el muy tonto había picado.
-¿Eres tonta?-gritaba mientras se levantaba de la silla giratoria sobre la que estaba sentado. A medida que se acercaba hacia a mí, iba alargando los brazos y su cara se iba volviendo cada vez más y más agresiva. A lo mejor esta vez me había pasado.
-¡AHHH!
Pegué un gran grito y salí corriendo por toda la casa y él detrás de mí. Tuve suerte y pude meterme en la terraza antes de que me cogiese, entré y torpemente cerré la puerta. Después de unos quince minutos encerrada aún podía oír la voz de mi hermano despotricando fuera de la terraza, aunque no me hacía falta oírlo, pues veía su cara enfadada a través de los cristales. Yo, me senté en el suelo adoquinado y con fin de pasar el rato hasta que vinieran mis padres y de no oír a mi hermano soltando un montón de improperios, cogí el móvil y me puse a escuchar la música a tope.
Alrededor de una hora más tarde pude percibir el ruido de las llaves abriendo la puerta principal de mi casa.¡Por fin estaba a salvo! Eso sí, la próxima vez que me quedara sola con Hyden estaba muerta.

Al fin llegó la hora de irme a natación, después de una interminable tarde que se me había hecho como una semana de larga. Cogí mi mochila roja, ya muy desgastada por el uso, y me encaminé hacia la piscina. Llevaba alrededor de tres años yendo a nadar, y ya había hecho muy buenos amigos allí. El camino no era largo, pero aún así me daba tiempo a pensar en infinidad de cosas. Cuando llegué al vestuario no tardé mucho en cambiarme, pues tenía unas ganas incontenibles de entrar en contacto con el agua. Salí del cambiador y me dirigí a dejar mi mochila al lado de la ventana que dejaba pasar un poco del aire frío proveniente de la calle. La mayoría de la gente dejaba sus cosas cerca de los radiadores, pero yo odiaba la sensación de calor que me invadía al tocar la mochila ardiente.
Primero toqué suavemente el agua con la punta del pie y luego me tiré rápidamente, era una especie de ritual que hacía siempre.
En seguida me puse a nadar, y noté como el agua fría se deslizaba por mi cuerpo dejando en él una sensación de placer, que me hacía sentir realmente feliz. Nunca nada me alegraba de esa manera, y dudaba que algo pudiese hacerlo en un futuro. Las dos horas que estuve en la piscina se me pasaron volando, también podía ser porque no paraba de hablar con la gente y eso hiciese que el tiempo corriera más deprisa.
De vuelta al vestuario, también me tuve que cambiar rápidamente, pues había quedado con Irina y se me había hecho un poco tarde.

Cuando me hallé en la puerta de la casa dispuesta a llamar al timbre, me acordé de que no me podía ver con el pelo mojado, pues sabría que seguía yendo a natación. Era una maldita regla que me habían impuesto mis precavidas amigas, dado a que yo en contacto con el agua podía dejarme llevar y hacer cosas sobrenaturales, por lo que si mi pálida amiga llegaba a notar en algo lo que había estado haciendo antes de ir a su casa estaba segura de que se lo contaría a las demás, y estas me echarían de nuevo la charla. Así que con un simple movimiento de muñeca, dirigiéndola hacia mi cabeza, hice que todo el líquido que estaba sobre mi cabeza se helara y desapareciera. A veces deseaba poder evaporarlo, todo sería mucho más fácil, pero no, solo podía controlar el hielo y el frío.
Una vez resuelto el problema del pelo, llamé decididamente al timbre. Mi amiga respondió rápidamente-parecía que me estaba esperando al lado del telefonillo- con un sonido que indicaba que ya podía abrir la puerta.
Al entrar en su casa, pude percibir el dulce olor a pastel de chocolate característico de Irina. Era un olor un poco empalagoso pero aún así resultaba agradable. Me acerqué al salón, dónde supuse que estaría mi amiga, y nada más poner un pie en él, una oleada de sentimientos de enfado irrumpieron en mi cabeza, levanté los ojos para verificar lo que mi sexto sentido me estaba diciendo, y efectivamente mi anfitriona tenía la cara arrugada en una expresión de furia.
¿Habría notado que venía de la piscina?, ¿o acaso se lo habían dicho? No, no podía ser, pues podía percibir un enfado mucho mayor que el que la pudiese producir mi engaño. Así que al fin me preocupé y me acerqué cautelosamente hacia ella con ánimo de ayudarla, pero cuando me hallé a escasos centímetros de su cuerpo, un pinchazo me hirió en lo más profundo de mi cuerpo. El enfado de Irina se había convertido en un hondo y oscuro dolor. Inconscientemente hice un gesto de separación, y me aparté de ella todo lo que pude, pero de repente una mano áspera y blanca me agarró por el brazo tan fuerte que, de no ser porque era prácticamente imposible, habría jurado que me estaba haciendo sangre. Me quedé paralizada mirando lo que me estaba sujetando y vi como de los dedos de pianista de mi amiga salió una especie de burbuja verde que se extendió por detrás mío y suyo, hasta acabar cubriéndonos a las dos. No entendía porque hacía eso, porque estaba usando sus poderes aparentemente de forma innecesaria, pues eso no era propio de ella.
Desesperada intenté hurgar más en sus sentimientos con el propósito de encontrar algo en ellos que desvelara por qué estaba actuando de esa manera tan extraña. Pero nada, mi compañera sólo tenía dolor en su interior, un dolor mucho más intenso del que yo hubiese sido capaz de percibir jamás. Un ruido a mi espalda interrumpió mis pensamientos, y en un abrir y cerrar de ojos todo en cuanto había estado meditando hacía unos momentos desapareció como si nada. El dolor, la mano que me sujetaba con angustia el brazo, el campo de fuerza con el que mi amiga nos había cubierto a las dos, la extraña expresión de su cara,...
-Ya está. Todo ha pasado.-dijo Irina ahora sin ningún tipo de semblante en su cara. Su voz sonó cansada, como si acabara de hacer un gran esfuerzo y hubiese perdido muchas fuerzas.
-¿Cómo que ya está? ¿Pretendes que me conforme sólo con eso?- me sentí mal al hablarla de ese modo, pues parecía muy débil e indefensa, pero no, lo hice bien, así por lo menos conseguiría que me lo contara.
-Sí, es lo que intento.-su respuesta me dejó sin palabras, fue seca y simple. ¿Qué estaba haciendo, por qué actuaba de esa forma?-así que por favor no insistas más.
Intenté cambiar mi tono y hacerlo más agradable, quizás por ese camino el resultado era mejor.
-Déjame ayudarte. Sólo quiero saber que ha pasado y así poder evitar que pase otra vez, y no me digas que no ha sido nada porque no me lo creo.-hice una pausa para relajarme, pues noté como al final mi voz se hacía un poco más agresiva-Ya sabes que sé como te has sentido, ahora sólo me tienes que contar el porqué.
Mi amiga no contestó, seguía mirando al suelo, por lo que continué con mi persuasión, a pesar de que no se me daba demasiado bien.
-Por favor, dímelo. Ya no lo pido por ti, para que te desahogues y sueltes todo, sino por mí. Porque fuera lo que fuera lo que ha pasado, lo ha hecho en mi presencia y también me ha puesto en peligro a mí, por lo menos déjame estar preparada por si hay una segunda vez.
Esto seguro que funcionaba, Irina nunca se preocupaba por sí misma, ni dejaba a los demás que lo hiciéramos, eso sí, cuando entraba en peligro alguien ajeno cualquier cosa era poco para salvarle.
-De acuerdo, te lo contaré, pero has de saber que no te puedo decir mucho, no porque no quiera, sino porque no sé más.-al parecer había dado resultado mi plan.
Respiró hondo, como intentando coger fuerza suficiente para contar toda la historia de un tirón.
-Todo empezó unos meses atrás, tres como mucho. Por supuesto no ha sido de forma constante, sino sabes que os lo hubiese contado en seguida.-se removió en el sofá, poniéndose más cómoda.

lunes, 5 de abril de 2010

Más personajes

Gabriel:
-Poderes: Curación, puede curar a la gente, pero luego siente dolores posteriores de la persona a la que ha curado, de manera que a cada persona que cura luego siente cualquier dolor que esta pueda sentir.

Katrina:
-Poderes: Clarividencia, habilidad de encontrar a cualquier persona e incluso controlarles, siempre y cuando haya establecido contacto visual con ellos previamente. Tiene la debilidad de tener los oídos muy débiles, en caso de que alguien gritase muy alto, moriría.

Ronald:
-Poderes: Puede mimetizarse con el medio.

Adrien:
-Poderes: Estallido psiónico, habilidad para recargar una mente ajena después de haber establecido un vñinculo psoónico con ella, causando dolor, pérdida de memoria, inconsciencia, estado vegetativo e incluso la muerte.

Marissa:
-Poderes: Rayos de energía, puede generar o transformar diversas formas de energía en un rayo de energía.

Chris:
-Poderes: Invisibilidad.

domingo, 4 de abril de 2010

Personajes:

A:
Irina:
-Poderes: : Crea campos de fuerza y es capaz de ver cuanto de lado oscuro tienen las personas, siempre y cuando este esté en funcionamiento.

Alex:
-Poderes: Puede volar además de tener el oído muy desarrollado.

Lia:
-Poderes: inteligencia sobrehumana y capacidad de ver el futuro o precognición.

Nicole (Nicky):
-Poderes: Telequinesis, capacidad de mover grandes masas de cosas con sólo pensarlo, además de tener mucho poder de persuasión sobre las personas.

Juliette:
-Poderes: Hidroquinesis, habilidad para controlar, generar o absorber agua. Empatía, Habilidad para leer o sentir las emociones y sentimientos de otros.

B:
Adam:
-Poderes: Piroquinesis, habilidad de generar, controlar o absorber fuego. Empatía.

Leo:
-Poderes: Fuerza y vista sobrehumana.

Jeremy:
-Poderes: Rapidez sobrehumana y actitud intuitiva.

William:
-Poderes: Teletransportación. Memoria recreativa, capacidad de manipular cualquier recuerdo ya sea triste o feliz.

Philip:
-Poderes: Proyección de pensamiento, permite volver realidad sus deseos.Polimorfismo, habilidad para cambiar la apariencia o la estructura corporal temporalmente.

Otros:
Ben:
-Poderes: Distorsión de la realidad. Encandilamiento, ejerce una atracción sobre las otras personas, ya sea físicamente o de cualquier otra manera.

Pierre:
-Poderes: Posesión, ocupa el cuerpo de otros, consumiéndolos y matándolos si no los deja a tiempo.

Sebastién:
-Poderes: Hace que aflore el lado bueno de las personas, pero también el malo.

Ethan:
-Poderes: Habilidad de despedir una masa negra que te atrapa y te va absorbiendo poco a poco.

Jonathan Reese Jones:
-Poderes: Especial agilidad en artes marciales y lucha en general.

Liam Reese Jones:
-Poderes: Especial agilidad en artes marciales y lucha en general.