miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO 1

JULIETTE:

Un terrible y conocido sonido me despertó de mis más profundos sueños. Apagué el despertador con desgana y tiré de las mantas hacia adelante para liberarme de ellas. Como cada mañana me estiré encima de la cama, y cuando me levanté fui hacia la ventana para mirar el tiempo que hacía ese día y así decidir mientras desayunaba lo que me iba a poner. El cielo estaba completamente despejado, de un azul intenso, a diferencia del día anterior que había sido uno de los más fríos desde que había empezado el curso. Mecánicamente aparecí en la cocina y me encontré a mí misma echando un montón de cereales en un cuenco. Me resultó raro no ver ni sentir a nadie en casa, cuando normalmente se oían tacones yendo de un lado para otro desde bien temprano. Al volver a mi habitación me tropecé con un cojín tirado en el suelo y fui a caer en la cama todavía desecha, y allí me quedé, de nuevo tumbada observando el techo como si se tratara del cielo en una oscura noche de verano. Me giré lentamente al notar mi brazo aplastado debajo de mi espalda, y al hacerlo pude divisar la hora en el viejo reloj de madera roja colgado de la pared de mi habitación. ¡No podía ser! Era demasiado tarde, tanto que ya ni siquiera llegaría al recreo. Eso explicaba la inhabitual tranquilidad que se respiraba en mi casa. Dado a que ya llegaba bastante tarde, me prepare con calma, primero abrí el armario y tras quince minutos mirándolo sin pensar en nada, al fin me acordé de una vieja camiseta azul que siempre se quedaba la última de mis montones de ropa, por lo que se me olvidaba que la tenía y no me la ponía mucho. Cuando abrí la puerta de madera que daba al rellano, una fría brisa me entró por todo el cuerpo avisándome de que me debería poner un abrigo, y así lo hice.
De camino al instituto iba disfrutando del frío que me invadía, metiéndose por dentro de mi camiseta y llegándome hasta el último de mis dedos. Era una sensación muy agradable que me subía el ánimo de una manera extraña.
Cuando llegué al colegio me remangué el caliente abrigo para mirar la hora, y comprobé que llegaba justo a tiempo para dar las dos últimas clases del día. Al menos haría algo de acto de presencia, pero aún así las faltas llegarían a casa y no me libraría de los como mínimo treinta minutos de bronca por parte de mis padres. Me tocaba matemáticas, por lo que tenía que subir hasta el tercer piso para llegar a la clase, con un poco de suerte me encontraba a alguien que subía por el ascensor y así no tenía la necesidad de subir aquellas interminables escaleras, porque la verdad no tenía ninguna gana. Hubo suerte, y cuando pasé por delante de la puerta del aparato una menuda chica, que sería no más que de primer año, se montaba sola en el ascensor haciendo un gran esfuerzo por no caerse con las muletas que llevaba. Yo, con una fingida generosidad me presté a ayudarla y así conseguí librarme de las escaleras. El tercer piso estaba completamente vacío, a excepción de la pequeña chica y yo, y más tarde solo de mí ya que la muchacha encontró enseguida su clase tras dar no más de cuatro pasos. Me dirigí hacia mi aula, y cuando llegué a ella me paré en seco antes de entrar, luego puse la mano en el manillar dorado, que estaba satisfactoriamente frío, y abrí la puerta. De repente, unos veintitrés pares de ojos femeninos se me quedaron mirando fijamente. Tras un incómodo y violento instante de mirada con la profesora, esta me indicó con un brusco movimiento de cabeza que me sentara en el sitio que quedaba libre en la tercera fila, mi sitio habitual, al lado de la que era mi mejor y más leal amiga. En cuanto la clase volvió a funcionar después del parón que había sufrido por mi inesperada entrada, Irina aprovechó para acribillarme a preguntas, a las que yo contesté muy discretamente por miedo a que la profesora Swift, mosqueada ya por mi tardanza, diera rienda suelta a la ira que había generado hacia a mí.
La clase siguiente transcurrió con total normalidad. Irina seguía presionándome con preguntas estúpidas que yo ignoraba, pues no veía ninguna razón por la que tuviese la obligación de responderlas. Pero claro, en clase sólo estaba mi amiga de piel blanquecina para atosigarme, en cuanto llegó la hora de irse a casa, también llegaron mis protectoras y pesadas compañeras. La verdad tampoco fue tan insoportable como me había imaginado, pues se conformaron con oírme decir que no iba a volver a pasar y que las cosas habían cambiado. Probablemente se rindieron tan pronto al darse cuenta del poco éxito que habían tenido sus sermones anteriores, pero a decir verdad sí que habían hecho efecto, pues esta vez había llegado tarde debido al viejo despertador de mi mesilla, que sonaba cuando le daba la gana y que estaba claro que esa mañana no había tenido ninguna, y no por haberme quedado entrenando y jugando con el agua y el hielo. El camino a casa transcurrió en un silencio incómodo, pero quise pensar que no era porque hubiese decepcionado a mis amigas sino porque cada una tenía demasiadas cosas en las que pensar que no tuviesen ganas de empezar una conversación. Al ir a despedirme en la esquina de siempre de Irina, ella volvió a la carga, y lo hizo con un tono en la voz que realmente mostraba su preocupación.
- Mira Juliette, yo lo siento mucho pero tengo que decírtelo. He venido pensándolo todo el camino- de repente levantó la cabeza dejando más al descubierto su intranquilidad, lo cual me hizo sentirme bastante mal- y es que pienso, bueno realmente lo pensamos todas, que no deberías de dejar de venir a clase sólo porque te guste demasiado jugar con tus poderes. Sabemos lo importante que es para ti eso de tener ciertas habilidades, pero no por ello debes dejar de lado el resto de cosas.

Hubo un instante de tensión en el que yo, avergonzada y furiosa a la vez, bajé la cabeza escondiendo mi cara detrás de mi largo pelo.

- Irina, entiendo que os preocupéis por mí, pero ya soy lo bastante mayorcita como para saber lo que debo o no debo hacer. De todas formas, el otro día ya dejasteis bastante claro cual era vuestra postura respecto a este tema, y de hecho decidí haceros caso...
- Entonces, ¿por qué has llegado hoy como tres horas tarde a clase?- me interrumpió, pero al instante pude ver su cara de arrepentimiento por lo que decidí no ser demasiado dura con ella.
- He llegado tan tarde, créetelo o no, porque el maldito despertador no ha sonado. Ya sé que parece una estúpida excusa pero es la verdad.- dije intentando que mi voz no sonara demasiado fría, y añadí, para quitarle un poco de importancia al asunto, una débil sonrisa.

Otro silencio invadió el ambiente de nuevo. Mi amiga me miraba fijamente a los ojos, intentando, supongo, descubrir algún rasgo que delatara mi mentira. Pero al parecer no lo hizo, al contrario, mi cara la debió de convencer de que decía la verdad. Aún así, todavía la quedaba algo por decir.
- Suponiendo que dices la verdad- noté que lo decía para que no pensase que se lo había creído del todo, aunque yo bien sabía que sí- me tienes que prometer que nunca vas a volver a saltarte ninguna clase solamente porque quieras superarte a ti misma y conseguir más poder, porque sabes perfectamente que ese no es el modo por el que se consigue.
Ahora era yo la que la miraba fijamente a los ojos mientras la hacía burla por lo que estaba diciendo. A veces me ponía enferma lo protectora que podía llegar a ser.


Nada más entrar por la puerta de mi casa, y después de haber subido un montón de escaleras hasta llegar a ella, lancé mi mochila contra la pared pintada de un color salmón claro que hacía juego con el resto del mobiliario del salón. Escuché ruido en la cocina, por lo que supuse que mis padres ya habían llegado, ni siquiera sabía qué hora era, pero no debía ser muy pronto, pues había estado un rato largo hablando con mi amiga. De repente, una voz grave y perezosa me llamó. Adiviné que era de mi hermano Hayden, que demasiado vago como para levantarse del asiento de su habitación me reclamaba en ella. Sin muchas ganas me levanté del sillón en el que apenas me acababa de sentar y me dirigí hacia el cuarto, preguntándome la estupidez que me querría decir. Cuando llegué pude percibir que en la sala hacía bastante más calor que en el resto de la casa, lo cual me incomodó un poco.
- Jul, ¿has visto hoy a Lewis por el instituto?- me preguntó sin más.
- Pues lógicamente no. ¿Acaso te crees que me paso el día buscándole? Además, ni siquiera está en mi instituto, aunque pensándolo bien...no destacaría mucho entre tanta chica... al fin y al cabo parece una de nosotras.-solté, riéndome de mi propia gracia por lo bajo.
Al parecer a mi hermano no le hizo tanta gracia, pues al segundo siguiente yo me encontraba fuera de la habitación y con la puerta de esta cerrada a mi espalda. En seguida estuve sentada a la mesa, esperando a que el resto de mi familia se colocara en sus asientos y pudiera empezar a comer. Primero lo hizo mi padre, que ya habiendo terminado de preparar el segundo plato se puso impaciente a esperar. Luego llegó mi hermano mayor, George, con su pelo largo tapándole casi toda la cara. Él era el que menos se parecía entre los hermanos, pues el color de su pelo lucía un radiante rubio, el cual nadie sabía de donde había salido, dado que tanto mi madre como mi padre tenían el pelo de color negro como el azabache. Por desgracia mi otro hermano y yo sí nos parecíamos, y mucho. Ambos mostrábamos una melena oscura, así como unos ojos asombrosamente grandes. Hayden no tardó tampoco en aparecer por la ancha puerta de madera que aislaba la cocina del resto de la casa, y al hacerlo noté como me dirigía una mirada de superioridad que usaba muy a menudo. Entonces supe que estaba resentido conmigo por haber dicho aquello sobre el que era su único amigo.
Nada más terminar mi madre de servir la sopa caliente en los platos, mis hermanos devoraron, literalmente, la comida. Parecían cerdos. Mientras, mis padres discutían cuestiones de trabajo que yo nunca llegaría a entender, por lo que, sin mucho interés, intenté centrar toda mi atención en las palabras que salían de la boca del presentador de las noticias y en las imágenes que las acompañaban. Descubrí que un nuevo terremoto había tenido lugar en la costa este del país, y vi como miles de familias salían llorando y suplicando ayuda. Una terrible pena me invadió, como si yo estuviese sintiendo lo mismo que aquellas desgraciadas personas, y por lo visto no la debí de ocultar muy bien, pues cuando me quise dar cuenta los ojos de toda mi familia, incluido Hayden, me miraban con preocupación e intriga.
-Cariño, ¿estás bien?-se atrevió a preguntar mi madre rompiendo el silencio que se había apoderado de la cocina.-De repente tienes mala cara.
-No es nada-dije mientras me limpiaba las pequeñas gotas que caían de mis ojos llorosos- en serio, es que últimamente estoy un poco sensible.
Y era verdad, porque imágenes como esas las veía todos los días y nunca me habían afectado de esa manera. De repente un sonido, parecido a alguien carraspeando, se produjo detrás de mí.
-Creo que puedo ayudar en algo...-George se había colocado a mi espalda y, tras decir esto, se inclinó hacia mí , me rodeó con sus brazos y me empezó a hacer cosquillas por todo el cuerpo.
-¡Suelta!¡Suelta, por favor!-gemí entre risas- sabes lo mal que lo paso...-pero él seguía y yo no dejaba de reírme contra mi voluntad, conocía bastante bien mi punto débil.
-¡Niños!¡Parad ya!-habíamos enfadado a mi padre, o eso o nuestro alboroto fue la gota que colmó el vaso que ya había sido llenado previamente.
Aún con la sonrisa saliendo de nuestra boca nos pusimos a comer de nuevo.

Esa tarde me quedé sola en casa. Bueno en realidad no estaba del todo sola, Hayden permanecía encerrado en su habitación sin hablar con nadie, y menos conmigo. Alrededor de las seis, y ya cansada de no hacer nada, decidí aventurarme y llamar a la excesivamente cargada de cosas puerta de mi hermano. Como suponía este no contestó, pero yo, conocedora de que él estaba dentro, abrí la puerta sin reparos a pesar de saber que eso me iba a traer unos cuantos gritos como consecuencia.
-¿Quién te ha dado permiso para entrar, hermanita? –replicó con un rintíntín en su voz que no me gustó nada.
-Yo también me alegro de que seas mi hermano, idiota.-dije fríamente, y alcé los ojos hacia él para ver la cara que tenía. Pude observar que se había estado tocando la frente mientras estudiaba, ya que la tenía roja y con pinturas de bolígrafo.- Solo venía para comprobar que estabas vivo.
-Pues ya ves que sí, ahora vete.
Ignoré su invitación, y me puse a hurgar entre sus estanterías, lo único que intentaba era que reaccionara y así yo tendría algo con que divertirme esa tarde.
-¿Me has oído? Te he dicho que te vayas, como te lo tenga que decir otra vez...-su voz sonaba cada vez más irritada, y se incrementó mucho más cuando yo le interrumpí tarareando una canción que llevaba días sonando en mi cabeza. Eso ya sí que le desquició, el muy tonto había picado.
-¿Eres tonta?-gritaba mientras se levantaba de la silla giratoria sobre la que estaba sentado. A medida que se acercaba hacia a mí, iba alargando los brazos y su cara se iba volviendo cada vez más y más agresiva. A lo mejor esta vez me había pasado.
-¡AHHH!
Pegué un gran grito y salí corriendo por toda la casa y él detrás de mí. Tuve suerte y pude meterme en la terraza antes de que me cogiese, entré y torpemente cerré la puerta. Después de unos quince minutos encerrada aún podía oír la voz de mi hermano despotricando fuera de la terraza, aunque no me hacía falta oírlo, pues veía su cara enfadada a través de los cristales. Yo, me senté en el suelo adoquinado y con fin de pasar el rato hasta que vinieran mis padres y de no oír a mi hermano soltando un montón de improperios, cogí el móvil y me puse a escuchar la música a tope.
Alrededor de una hora más tarde pude percibir el ruido de las llaves abriendo la puerta principal de mi casa.¡Por fin estaba a salvo! Eso sí, la próxima vez que me quedara sola con Hyden estaba muerta.

Al fin llegó la hora de irme a natación, después de una interminable tarde que se me había hecho como una semana de larga. Cogí mi mochila roja, ya muy desgastada por el uso, y me encaminé hacia la piscina. Llevaba alrededor de tres años yendo a nadar, y ya había hecho muy buenos amigos allí. El camino no era largo, pero aún así me daba tiempo a pensar en infinidad de cosas. Cuando llegué al vestuario no tardé mucho en cambiarme, pues tenía unas ganas incontenibles de entrar en contacto con el agua. Salí del cambiador y me dirigí a dejar mi mochila al lado de la ventana que dejaba pasar un poco del aire frío proveniente de la calle. La mayoría de la gente dejaba sus cosas cerca de los radiadores, pero yo odiaba la sensación de calor que me invadía al tocar la mochila ardiente.
Primero toqué suavemente el agua con la punta del pie y luego me tiré rápidamente, era una especie de ritual que hacía siempre.
En seguida me puse a nadar, y noté como el agua fría se deslizaba por mi cuerpo dejando en él una sensación de placer, que me hacía sentir realmente feliz. Nunca nada me alegraba de esa manera, y dudaba que algo pudiese hacerlo en un futuro. Las dos horas que estuve en la piscina se me pasaron volando, también podía ser porque no paraba de hablar con la gente y eso hiciese que el tiempo corriera más deprisa.
De vuelta al vestuario, también me tuve que cambiar rápidamente, pues había quedado con Irina y se me había hecho un poco tarde.

Cuando me hallé en la puerta de la casa dispuesta a llamar al timbre, me acordé de que no me podía ver con el pelo mojado, pues sabría que seguía yendo a natación. Era una maldita regla que me habían impuesto mis precavidas amigas, dado a que yo en contacto con el agua podía dejarme llevar y hacer cosas sobrenaturales, por lo que si mi pálida amiga llegaba a notar en algo lo que había estado haciendo antes de ir a su casa estaba segura de que se lo contaría a las demás, y estas me echarían de nuevo la charla. Así que con un simple movimiento de muñeca, dirigiéndola hacia mi cabeza, hice que todo el líquido que estaba sobre mi cabeza se helara y desapareciera. A veces deseaba poder evaporarlo, todo sería mucho más fácil, pero no, solo podía controlar el hielo y el frío.
Una vez resuelto el problema del pelo, llamé decididamente al timbre. Mi amiga respondió rápidamente-parecía que me estaba esperando al lado del telefonillo- con un sonido que indicaba que ya podía abrir la puerta.
Al entrar en su casa, pude percibir el dulce olor a pastel de chocolate característico de Irina. Era un olor un poco empalagoso pero aún así resultaba agradable. Me acerqué al salón, dónde supuse que estaría mi amiga, y nada más poner un pie en él, una oleada de sentimientos de enfado irrumpieron en mi cabeza, levanté los ojos para verificar lo que mi sexto sentido me estaba diciendo, y efectivamente mi anfitriona tenía la cara arrugada en una expresión de furia.
¿Habría notado que venía de la piscina?, ¿o acaso se lo habían dicho? No, no podía ser, pues podía percibir un enfado mucho mayor que el que la pudiese producir mi engaño. Así que al fin me preocupé y me acerqué cautelosamente hacia ella con ánimo de ayudarla, pero cuando me hallé a escasos centímetros de su cuerpo, un pinchazo me hirió en lo más profundo de mi cuerpo. El enfado de Irina se había convertido en un hondo y oscuro dolor. Inconscientemente hice un gesto de separación, y me aparté de ella todo lo que pude, pero de repente una mano áspera y blanca me agarró por el brazo tan fuerte que, de no ser porque era prácticamente imposible, habría jurado que me estaba haciendo sangre. Me quedé paralizada mirando lo que me estaba sujetando y vi como de los dedos de pianista de mi amiga salió una especie de burbuja verde que se extendió por detrás mío y suyo, hasta acabar cubriéndonos a las dos. No entendía porque hacía eso, porque estaba usando sus poderes aparentemente de forma innecesaria, pues eso no era propio de ella.
Desesperada intenté hurgar más en sus sentimientos con el propósito de encontrar algo en ellos que desvelara por qué estaba actuando de esa manera tan extraña. Pero nada, mi compañera sólo tenía dolor en su interior, un dolor mucho más intenso del que yo hubiese sido capaz de percibir jamás. Un ruido a mi espalda interrumpió mis pensamientos, y en un abrir y cerrar de ojos todo en cuanto había estado meditando hacía unos momentos desapareció como si nada. El dolor, la mano que me sujetaba con angustia el brazo, el campo de fuerza con el que mi amiga nos había cubierto a las dos, la extraña expresión de su cara,...
-Ya está. Todo ha pasado.-dijo Irina ahora sin ningún tipo de semblante en su cara. Su voz sonó cansada, como si acabara de hacer un gran esfuerzo y hubiese perdido muchas fuerzas.
-¿Cómo que ya está? ¿Pretendes que me conforme sólo con eso?- me sentí mal al hablarla de ese modo, pues parecía muy débil e indefensa, pero no, lo hice bien, así por lo menos conseguiría que me lo contara.
-Sí, es lo que intento.-su respuesta me dejó sin palabras, fue seca y simple. ¿Qué estaba haciendo, por qué actuaba de esa forma?-así que por favor no insistas más.
Intenté cambiar mi tono y hacerlo más agradable, quizás por ese camino el resultado era mejor.
-Déjame ayudarte. Sólo quiero saber que ha pasado y así poder evitar que pase otra vez, y no me digas que no ha sido nada porque no me lo creo.-hice una pausa para relajarme, pues noté como al final mi voz se hacía un poco más agresiva-Ya sabes que sé como te has sentido, ahora sólo me tienes que contar el porqué.
Mi amiga no contestó, seguía mirando al suelo, por lo que continué con mi persuasión, a pesar de que no se me daba demasiado bien.
-Por favor, dímelo. Ya no lo pido por ti, para que te desahogues y sueltes todo, sino por mí. Porque fuera lo que fuera lo que ha pasado, lo ha hecho en mi presencia y también me ha puesto en peligro a mí, por lo menos déjame estar preparada por si hay una segunda vez.
Esto seguro que funcionaba, Irina nunca se preocupaba por sí misma, ni dejaba a los demás que lo hiciéramos, eso sí, cuando entraba en peligro alguien ajeno cualquier cosa era poco para salvarle.
-De acuerdo, te lo contaré, pero has de saber que no te puedo decir mucho, no porque no quiera, sino porque no sé más.-al parecer había dado resultado mi plan.
Respiró hondo, como intentando coger fuerza suficiente para contar toda la historia de un tirón.
-Todo empezó unos meses atrás, tres como mucho. Por supuesto no ha sido de forma constante, sino sabes que os lo hubiese contado en seguida.-se removió en el sofá, poniéndose más cómoda.