viernes, 4 de junio de 2010

Capítulo 2

IRINA:

“La primera vez que la vi fue en el instituto. Fue rápido y casi invisible....pero claro no para alguien como yo. Era por la tarde, pero yo tenía que ir a hacer un trabajo para historia y necesitaba coger algunos libros de la biblioteca, por lo que a eso de las seis me dirigí hacia allí. Estaba casi vacía, tan solo dos chicos estudiando, uno muy separado del otro. Yo, intentando ir en el mayor sigilo posible llegué hasta la zona de los libros. Había una estantería enorme que los recogía todos...por lo que la búsqueda me llevó bastante tiempo. Empecé por la derecha del todo, ya que había un cartel que indicaba que los libros directamente relacionados con lo que yo quería estaban por ahí cerca. Cuando llevaba alrededor de una hora ojeando libros y libros, noté a algo o a alguien a mi lado pero no le hice mucho caso, aunque a partir de ese momento no pude quitarme de la cabeza esa inquietud.”
Me pareció adecuado hacer una pausa, a lo mejor Juliette quería añadir algo a mi relato, pero en vista de que no lo hizo, proseguí con mi historia.
“Con la preocupación metida en mí impidiéndome concentrarme, decidí que lo mejor era irse a casa, por lo que me levanté de la que llevaba siendo las últimas tres horas mi silla y me dirigí hacia la puerta roída que daba la salida de la biblioteca. Nada más abrirla y mirar al pasillo que se extendía largo, una mancha negra cruzó rápidamente por delante de mí. Instintivamente me giré para mirar a los dos chicos que permanecían sentados en sus sitios, estudiando, ignorantes de lo que yo acababa de ver.”
-Pero, ¿ por qué te asustaste tanto?¿Acaso no ves manchas negras casi a diario?.-esta vez mi amiga si que me interrumpió.
-¡Pero es que esta era enorme!¡Nunca he visto nada igual!-sin querer me había puesto a temblar, cosa que mi amiga pudo percibir a la perfección, aunque ya sabía desde hacía bastante el miedo que me invadía por completo.
-Así que una sombra muy grande…¿pudiste ver a quien iba unida?
-No, no pude. Pasó demasiado rápido, pareció que había pegado un salto con una fuerza sobrehumana.
-¡SOBREHUMANA!-esa era la palabra mágica para que Juliette estallara.-¿Pero…como de sobrehumana?¿Estás diciendo con poderes de verdad?.-Se estaba empezando a estresar…y aunque yo no tuviese el poder de sentir los sentimientos ajenos como ella…su estrés era inevitable no percibirlo.
-Déjame que te siga contando…-la intenté calmar- me he quedado en que no fui capaz de ver de quien se trataba. Esperé unos segundos por si acaso la extraña sombra volvía, pero al ver que no lo hacía decidí irme a casa y olvidarme del asunto…
-¿Cómo pudiste hacer eso?!-mi amiga me volvió a interrumpir-así que observas algo fuera de lo normal y te vas a tu casa tan tranquila, de verdad que no lo entiendo…¿por qué no lo seguiste?
-Lo siento pero en ese momento no se me ocurrió, y además sinceramente pensé que había sido producto de mi imaginación, ¡qué no sería la primera vez! No se ven personas con tanta maldad todos los días, la verdad. Bueno y ahora, ¿me dejas seguir con mi historia?-ya me estaba empezando a cansar de sus reproches, aunque ella eso ya lo debía de saber.
Juliette se limitó a asentir con la cabeza.
-Pasaron unos días desde nuestro encuentro en la biblioteca, y yo casi me había olvidado del tema cuando, y un mes después de la primera vez que lo vi nos volvimos a topar. Esta vez en el médico. Yo llevaba como una larga e interminable hora esperando sentada en los incómodos asientos, con mi madre al lado. La enfermera no dejaba de salir una y otra vez para llamar al siguiente paciente, pero mi nombre no lo decía nunca. A la séptima vez, por fin, me llamó. Mi madre y yo nos levantamos rápido de los asientos y nos dirigimos a la puerta, pero de repente noté la misma sensación que en la biblioteca, que alguien me espiaba. En seguida me di la vuelta para esta vez ver de quién se trataba, pero al igual que en el primer encuentro no llegué a distinguir quien era.
-¿Pasó tan rápido como en la biblioteca?-preguntó Juliette a la vez que tragaba saliva, preocupada.
-Más o menos…en el médico había más gente, pero aún así sea lo que sea aquello que vi parecía muy confiado en su rapidez, pues no se cortó en cruzar por delante de todas esas personas.-yo ya estaba en calma, me había costado pero lo había conseguido, había contado la historia sin alterarme, o por lo menos no demasiado.
La verdad es que no me creía muy capaz de hacerlo, pues antes de decírselo todo a mi amiga, sólo de pensar en la terrible sombra negra y en que alguien, que andaba por ahí suelto, pudiese acumular tal cantidad de maldad, me ponía a temblar de miedo.
-Así que lo que esta tarde ha estado en tu casa…-Juliette no se atrevía a terminar la frase.
-…sí, ha sido la extraña sombra que me persigue desde hace meses.-zanjé yo decidida, por una vez estaba más tranquila que mi amiga.
Se volvió a hacer otro silencio, el cual no quise interrumpir pues supuse que mi compañera estaba pensando en una solución a ese problema, empezando por si debíamos o no contárselo a las demás. Al fin levantó los ojos, y clavándolos en los míos comenzó a hablar de nuevo.
-Escucha…-se veía que la costaba articular las palabras- deberíamos asegurarnos primero de que no sigue aquí en tu casa, y después analizar detenidamente las veces que te has encontrado a ese extraño ser, y llegar a una conclusión de por qué te persigue a ti y no a mí o a cualquiera de las otras.-al terminar la frase se echó el pelo para atrás, signo de que la preocupación se extendía por dentro de su cabeza.
-¿Y cómo vamos a saber si sigue o no en mi casa?-inquirí un poco confusa.
-Muy fácil, usaré mi don para identificar cualquier otro sentimiento que no nos pertenezca ni a ti ni a mí.-tras decir esto esbozó una gran sonrisa. Me gustaba ver a Juliette feliz, y siempre lo estaba cuando tenía la oportunidad de hacer algo útil con sus poderes.
En seguida nos levantamos del sofá en el que estábamos cómodamente sentadas y nos pusimos a andar por toda la casa. No era muy grande por lo que no tardamos apenas ni quince minutos en saber que no había nadie más que nosotras dos. El resto de la tarde nos la pasamos alrededor de la mesita de café de mi salón, hablando sobre las dos situaciones que previamente le había contado a mi amiga.
La conclusión final fue nada, a pesar de estar alrededor de tres horas dándole vueltas al asunto, por lo que decidimos contárselo a las demás, a lo mejor con la ayuda de Lia podíamos llegar a averiguar algo.
Esa noche fue horrible. No dormí casi nada, y el poco tiempo que lo conseguí soñé con cosas muy raras que me hicieron sentirme incómoda ya desde por la mañana.
Al día siguiente, cuando me junté con Juliette de camino al instituto, ninguna de las dos mencionó el asunto que habíamos estado tratando la tarde anterior. Por lo que caminamos en silencio absoluto. En el recreo, intenté buscar a Lia para contarle todo, pero no la encontré. Pregunté a varias chicas que sabía que iban con ella a clase, pero las muy antipáticas no me miraron ni a la cara. Ya lo tenía asumido, desde que llegué a ese colegio, haría en septiembre dos años, no me había integrado demasiado. Si por mí fuera seguiría siendo la misma chica solitaria y vergonzosa de siempre, pero Juliette me había hecho cambiar por completo, al menos entre nosotras, porque para el resto de la gente yo seguía siendo rara, porque eso era lo que pensaban de mí, lo sabía, pero sinceramente no me importaba demasiado.
El primer día lo recuerdo como una pesadilla. Todas las alumnas me miraban mal, y yo no tenía ni idea de porque. Me acuerdo de que me sentaron en todas las clases con una chica muy grosera. Yo la verdad es que no la llegué a conocer del todo, pues ni ella me hablaba a mí ni yo la hablaba a ella, ambas sabíamos que esa relación no tenía mucho futuro. Todas las tardes llegaba a casa y me encerraba a mi habitación a llorar desconsoladamente, y tampoco me ayudaba el no tener hermanos que me pudiesen ayudar, porque sí, hablaba con mi padres, pero ellos no eran capaces de ponerse en mi situación, y lo único que conseguía con contárselo era preocuparles innecesariamente. Al fin pasaron tres meses, y nos dieron las vacaciones de navidad. Mis fiestas ya sabía como iban a ser, solitarias. Pero no fue así. El último día de clase de diciembre Juliette se acercó a mí, cosa que no había hecho desde que había llegado a su clase, y con la mejor de sus sonrisas, ahora que la conozco se que es la sonrisa que pone siempre que quiere caer bien a alguien, me dijo delicadamente que tenía que hablar conmigo. Me presentó a Lia, que me recibió bastante bien, y juntas me contaron el que a partir de ese momento iba a ser mi secreto, mi poder. Al parecer ambas me habían estado observando desde que llegué, y habían detectado en mí una habilidad especial, pero no se habían atrevido a decirme nada hasta ese momento ya que no estaban seguras del todo. La noticia no me sorprendió para nada, pues ya había descubierto hacía unos años lo que era capaz de hacer.

Juliette y yo pasamos toda la mañana buscando a Lia por todas partes. Al final de las clases la esperamos a la salida como siempre, pero tras esperar un rato y quedarnos prácticamente solas en la puerta del instituto y con mi madre tocando el claxon del coche en señal de que me diese prisa, nos dimos por vencidas y decidimos tratar de entrar en contacto con ella esa tarde de alguna manera. Mientras iba en el coche observando la larga costa que se extendía por Dover, mis pensamientos viajaban muy lejos de allí. ¿Qué ser era capaz de acumular tanta maldad?¿Y por qué me perseguía a mí? Al fin llegué a mi casa. Era un pequeño chalet que, con la fachada pintada de diversos colores, dejaba volar mi imaginación pensando que dentro de ella me sumergía en multitud de mundos diferentes. Al verla tan colorida me animó un poco y me distrajo de mis preocupaciones. Entré en casa y fui directa al salón. Allí encendí mecánicamente la televisión y me senté en el sofá púrpura que estaba contra la pared. Así estuve un buen rato, mirando al tendido, porque en realidad no estaba prestando ninguna atención a lo que había en la pantalla. De repente tuve una idea. Me levanté del sofá, miré por la ventana descubriendo que el cielo se había nublado momentáneamente, por lo que cogí un abrigo y salí por la puerta sin hacer mucho ruido. Mientras caminaba por los largos senderos que separaban mi casa del resto de la ciudad, por mi cabeza no dejaba de pasar una y otra vez aquella mancha negra que se me había cruzado apenas tres veces…pero quería verla otra vez, estaba decidida a no volver a casa sin antes haberla dado caza.
Llegué al centro de la ciudad, abarrotado de gente como siempre. No sabía muy bien donde ir, así que me dispuse a empezar por los sitios donde primero me había cruzado con ella. Apenas tardé unos minutos en alcanzar mi instituto, entré. De camino a la biblioteca me crucé con un par de profesores que me miraron extrañados, pero no me importó. Estuve sentada, esperando a que algo pasara, alrededor de media hora, al no tener éxito me levanté y me fui directa al hospital. A pesar de la firmeza de mis pasos yo me sentía insegura, era en ese momento cuando me empezaba a preguntar si había sido buena idea el haber emprendido esa aventura sola, pero ya no había vuelta atrás. Mientras caminaba iba observando a la gente. Nada, todo personas comunes, con almas comunes, con demasiados problemas como para preocuparse por ser malos. De repente, mis ojos fueron a parar a un grupo de chicos sentados en las escaleras de un parque. Habría unos cinco y todos eran más o menos de mi edad, a nadie le hubiesen llamado la atención, excepto a mí. Me quedé mirándolos fijamente, analizándolos, con cuidado de no ser descubierta, hasta que mi mirada se cruzó con la de uno de ellos. Allí estaba lo que llevaba buscando toda la tarde. Sin querer empecé a temblar, ¿qué hacía ahora que ya lo había encontrado? Una gota me cayó en la cabeza, levanté la vista hacia el oscuro cielo y cuando volví a mirar al misterioso chico ya no estaba, sólo quedaban sus compañeros. El miedo me invadió por completo. Empecé a dar hacia atrás pasos torpemente, sin dejar de mirar al lugar donde acababa de estar. De repente noté algo en el hombro, alguien me llamaba, se me heló la sangre. No sabía si correr sin mirar atrás o simplemente darme la vuelta y plantarle cara, porque estaba segura de que era él. Sin parármelo demasiado a pensar me giré bruscamente, pues prefería que fuese rápido…
-¡LIA!

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